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CAPÍTULO 59.

HACIA UNA COALICIÓN ELECTORAL DE TODAS LAS IZQUIERDAS

 

En la nota explicativa de sus propósitos, el nuevo Gobierno anuncia que procurará resolver los problemas nacionales, «empezando por normalizar las relaciones entre los partidos y estrecharlas hasta la convivencia cordial entre los que han de asumir dentro de poco tiempo la más alta responsabilidad por su influencia en la vida pública».

El Gobierno tiene vida asegurada para sólo treinta días, al cabo de los cuales está condenado a desaparecer, pues las Cortes deberán reanudar su actividad el 2 de mayo, según prescribe el decreto. Es una tregua que Alcalá Zamora aprovechará para resolver las incógnitas que la situación presenta. Como posee la afición y la práctica de la intriga, se aplica a ella desde el primer momento. Giménez Fernández, que acaba de cesar en el Ministerio de Agricultura, acude a despedirse del Presidente de la República (5 de abril) y éste aprovecha la visita para contarle sus cuitas. Alcalá Zamora vive desazonado e insomne desde que en la semana pasada conoció las exorbitantes pretensiones de Gil Robles. ¡Cinco carteras! ¿A dónde vamos a parar?, se pregunta. Significaría monopolizar el Gobierno. «¿Cómo voy a dar el Poder a la C. E. D. A. —pregunta—, si no me inspira confianza? ¿Usted cree que la C. E. D. A. es republicana? Antes que ceder a semejante exigencia, estoy dispuesto a disolver las Cortes.»

Y como Alcalá Zamora le pide al ex ministro su opinión sobre el asunto, éste se la da: «Si V. E. disuelve las Cortes y en las elecciones triunfan las derechas, computarán la disolución de las Constituyentes y le recusarán por haber disuelto las presentes, agotada la facultad que le concede la Constitución. Le cobrarán la factura desalojándole de la Presidencia. Si triunfan las izquierdas, procederán del mismo modo y además saciarán sus rencores.»

Queda muy pensativo el Presidente y reconoce que su interlocutor tiene razón. «En la C. E. D. A. —manifiesta en tono confidencial— hay hombres de republicanismo sincero que a mí me inspiran confianza.» Con esta aclaración previa, que debe tenerla muy meditada, se atreva a concluir su sondeo maquiavélico. «Si ese hombre de la C. E. D. A. fuese usted, le entregaría el Poder con mucho gusto.» Pensaba repetir la maniobra que escindió a los radicales. ¿Por qué no ensayarla en la C. E. D. A.? Giménez Fernández corta la insinuación con estas palabras: «Yo no seré nunca el Martínez Barrio de mi partido.»

Refiere Gil Robles que idéntica maniobra realizó Alcalá Zamora cerca de Lucia, —cuya lealtad no vaciló un segundo— y aun con el propio jefe de la C. E. D. A., a quien «más de una vez hablándome en el tono paternal que mi juventud le inspiraba, me aconsejó dividir voluntariamente la minoría que quedaría de hecho bajo mi dirección, pero que fraccionada en dos grupos despertaría menos recelos en los elementos republicanos y le permitiría una mayor agilidad en las combinaciones ministeriales. Mi negativa rotunda, y más de una vez seca y tajante, acentuó una discrepancia cada vez más insalvable».

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La crisis y su resolución irrisoria deja indignados a los cedistas. La consideran una burla inaguantable, que debe poner fin a su transigencia y a sus generosidades. Se impone cambiar de táctica y responder a las intrigas con la guerra. El jefe de la C. E. D. A. envía a todas sus organizaciones (4 de abril) la siguiente consigna: «Dadas las circunstancias políticas y ante la probable disolución de Cortes, único medio de salvar la dignidad de nuestro Partido, ruego se prepare sin pérdida de tiempo para elecciones. No pacten alianzas sin consultar organización central. Transmitiré instrucciones. Presente y adelante—Gil Robles.» Los más exasperados son los jóvenes y para sostener su fervor irritado, el Consejo Nacional de las Juventudes de Acción Popular les dirige (7 de abril) un manifiesto hiperbólico en el que, entre otras cosas, se dice: «El Jefe llegó en su transigencia al límite de lo posible. Se ha cargado de razón y de ejercicios unilaterales de lealtad... El Jefe se plantó en el momento preciso.

Ni antes ni después podía hacerlo. Al defender la dignidad de Acción Popular defiende el decoro de España, cuya opinión nacional personaliza. Cual nuevo Diógenes, España ha encontrado por fin un hombre de veras. La suerte está echada. Nuestras miradas puestas en los ojos del Jefe. Su gesto es para nosotros un mandato. La consigna única: Confianza puesta en el Jefe. Obediencia ciega a su voz de mando.»

Gil Robles recibe la adhesión fervorosa de sus afiliados. El Consejo Nacional de la C. E. D. A. y los diputados del grupo le ofrecen un banquete homenaje en el Hotel Ritz (9 de abril), «solidarizándose con la conducta del Jefe en la pasada crisis». En el caso de que «el partido hubiera de reintegrarse de nuevo al Gobierno, habría de hacerlo obteniendo la preponderancia a que le da derecho su fuerza numérica parlamentaria, pero, además, con ponderación cualitativa, esto es, con carteras de influencia notoria dentro del Ministerio». Gil Robles refiere lo sucedido en la reciente crisis y proclama que en la C. E. D. A. no caben discrepancias ni divisiones. «Una sola idea, una sola disciplina, un solo programa. La victoria es nuestra. Tenemos fe, voluntad de vencer y una ciudadanía integral.»

Homenaje parecido tributan los diputados agrarios a su jefe, Martínez de Velasco, «que sigue en la convicción de que es indispensable la unión con los afines». «Tengo confianza de que se restablezca la concordia.»

En apariencia, la actitud de los cedistas frente al Gobierno es irreductible y su intención la de derribar las columnas del templo, perezca quien sea. La Diputación Permanente no puede aprobar unos créditos extraor­dinarios por falta de quorum, debido a la ausencia de los vocales de la C. E. D. A. De esta forma exterioriza su repulsa a un Gobierno «que no se ajusta a la representación parlamentaria». No obstante esta apariencia fiera y agresiva, entre bastidores se negocia un pacto que algunos llaman componenda, para restablecer la alianza de los partidos integrantes del anterior Gobierno. El presidente de las Cortes, Alba, actúa de zurcidor de voluntades. Las gestiones conciliatorias comienzan poco después de la crisis, y el día 12 se entrevistan Lerroux y Gil Robles, «dos buenos amigos, a quienes las vicisitudes de la política ha separado momentáneamente, sin enfriar la mutua consideración y afecto». Hay que reconstituir la alianza, declara el jefe radical. A esta entrevista siguen en días sucesivos otras con Martínez de Velasco y Melquíades Álvarez. Los gestores cedistas del Ayuntamiento de Madrid dimiten y el gobernador por orden de Lerroux no tolera que se vayan los gestores se avienen a razones y continúan. El jefe cedista condiciona la prosecución de las negociaciones a que la crisis se produzca antes del 6 de mayo y a que los radicales no participen en ningún Gobierno sin la C. E. D. A.

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Los actos conmemorativos del cuarto aniversario de la proclamación de la República y la Semana Santa imponen una tregua. Las fiestas republicanas son las más tristes y deslucidas entre todas las de aniversario celebradas y eso que nunca fueron brillantes ni populares. Las izquierdas las repugnan porque aborrecen «un régimen en poder de traidores», y las derechas porque aun aquellas más afectas a la República se limitan a tolerarlas. Los actos más destacados en todas las poblaciones son los desfiles militares, y dentro de éstos la nota sobresaliente, el paso de la Guardia Civil saludada con ovaciones entusiásticas demostrativas de un sentimiento de admiración hacia los celosos guardianes del orden.

El Gobierno nombra ciudadano de honor a Unamuno y concede la Banda de la República a Ortega y Gasset, Wenceslao Fernández Flórez, Rodríguez Marín, general Miguel Cabanellas, doctor Márquez, Américo Castro, Nicolau d'Olwer y Serafín Álvarez Quintero. El catedrático Ortega y Gasset, que en estos días de abril celebra sus bodas de plata con el profesorado, renuncia a la distinción que el Gobierno le ofrece. No quiere saber nada de política; desea permanecer en el aislamiento en que vive.

Abierta la mano para la exteriorización del culto, la Semana Santa se celebra con sus tradicionales ceremonias y procesiones en las que participa devoto el pueblo creyente. La excepción es Zaragoza, donde los sindicalistas promueven una huelga general con acompañamiento de explosión de bombas que ocasionan muertos y heridos.

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No cesa el vocerío de los grupos marxistas en el exterior a cuenta de la represión de Asturias y de la amnistía para los condenados o detenidos por los sucesos de Octubre. Los socialistas exiliados en París cuidan de que el alboroto persista escandaloso y provocador.

Si bien la unión de todas las izquierdas es tema preferente e indispensable en los mítines y en la prensa, a partir de abril se acentúa la discrepancia entre los que quieren una unión puramente revolucionaria y de guerra y los partidarios de la colaboración con los republicanos en las próximas elecciones, con vistas a ulteriores planes, una vez conquistado el poder. Largo Caballero encarna la primera tendencia y Prieto representa la otra.

Prieto, exiliado en la capital francesa, dinámico y hábil, trata de apoderarse de los resortes esenciales del partido. En cinco artículos publicados en La Libertad de Madrid (14 de abril y siguientes) fija «la posición que conviene a los socialistas en la lucha electoral más o menos próxima». Acusa a los socialistas de dos errores fundamentales: uno irremediable, la concesión del voto a la mujer; otro, que puede remediarse inmediatamente, la desunión electoral de noviembre de 1933, de resultados desastrosos y contra toda lógica, pues las Cortes Constituyentes, por iniciativa del Go­bierno republicano-socialista, aprobaron una ley electoral favorable a las grandes coaliciones encaminada a asegurar el predominio de las izquierdas. «Nuestra ceguera nos permitió ahorcarnos con la cuerda que habíamos trenzado. Si de nuevo se incurre en tan tremenda equivocación, el predominio de las derechas, que hasta la fecha puede juzgarse eventual, se convertirá en definitivo.»

Censura, por exagerado, el optimismo «de los que creen que uniéndose las izquierdas se puede repetir otra jornada como la del 12 de abril». Las derechas «se presentan potentes y desafiadoras». Los socialistas, «aunque somos los más fuertes, no nos bastamos para la gran batalla, como tampoco nos bastaremos para otra empresa mucho más arriesgada». Aludía, sin duda, a la instauración de un Gobierno de clase. Por todo ello, la coalición conveniente en 1933 es ahora imprescindible. «Entiendo una equivocación el bloque obrero que algunos propugnan, pues no podría aspirar a que sus candidatos triunfantes constituyesen la mayoría del futuro Parlamento.» Esta alianza se debe pactar en forma «que si triunfa salga de ella la formación de un Parlamento que consienta un Gobierno republicano izquierdista, apoyado en las minorías parlamentarias obreras».

En resumen, la alianza debe basarse en un programa sencillo y muy concreto, que tenga como postulado la amnistía. Procura Prieto inculcar estas ideas a los amigos que le visitan, entre ellos Sánchez Román, y en cartas a sus correligionarios, en especial a González Peña. Recomienda a los diputados socialistas que se incorporen a la Comisión parlamentaria que debe juzgar la acusación contra Azaña, a fin de evitar «en la medida de nuestras fuerzas la inutilización de un factor político como el que representa Azaña, en torno a cuya figura se agrupan ahora, aparte de las fuerzas de su partido, los núcleos simpatizantes con el republicanismo».

Los efectos de estas exhortaciones se aprecian en los discursos de los republicanos. Sánchez Román, en Santander (21 de abril), pide que no se haga la revisión de la Constitución, para que no estalle la guerra civil, e insinúa la conveniencia de disolver las Cortes. Martínez Barrio, en Melilla (24 de abril), afirma que todo lo que ocurre debe invitar a los republicanos a unirse en un programa mínimo y salvar la República. Gordón Ordás, en Palencia (7 de abril), recomienda: «Las izquierdas no deben incurrir en el error cometido en noviembre de 1933, cuando a consecuencia de nuestra desunión, surgió la ingente masa de diputados derechistas.» En este mismo tono se muestran los socialistas discrepantes de Largo Caballero, incluso Besteiro, recién ingresado en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, a cuyo discurso responde Alcalá Zamora con muy altos elogios para las dotes de ponderación y sentido comprensivo del nuevo académico.

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También los jefes monárquicos abogan por otra unión, la de las derechas, porque adivinan las proporciones y gravedad de la lucha futura. «La revolución está en pie de guerra —afirma Calvo Sotelo en el Frontón Betis de Sevilla (21 de abril) —. Se defiende y ataca. Hay que unir a las fuerzas de derechas, desde los tradicionalistas hasta Gil Robles y Martínez de Velasco, pues no concibo una contrarrevolución hecha con el Himno de Riego y la bandera tricolor.» «No comprendo el accidentalismo de los que dentro de la República son mayoría.» «Hemos de fijar qué tipo de Estado debe encuadrar nuestros ideales Yo quiero un Estado que salve mi fe, mi patria y mi derecho. Yo, a ese Estado, le entrego mi vida, porque la vida debe ser holocausto y no egoísmo. Necesitamos un Estado fuerte que imponga la autoridad. El proceso de las revoluciones —dijo Spengler— es la disolución del principio de autoridad. Antes había 37.000 hombres para la defensa del orden público. En los muchos años en que fui ministro con Primo de Rivera no se aumentó ni un guardia de Seguridad ni un guardia civil. De aquellos 37.000 hemos pasado a 54.000. De 148 millones que importaban los gastos, hemos pasado a 310 millones, que capitalizados serían suficientes para resolver el problema del regadío. Tenemos más guardias que maestros y que soldados. En cambio, ha aumentado el número de presidiarios, de 7.000, en 1930, a 24.000 en la actualidad.»

«La revolución no está liquidada. La fase de la colaboración ha fracasado, a pesar de la buena fe de la C. E. D. A. y de los agrarios. Recordemos la labor de los tres ministros cedistas en sus departamentos durante los dieciséis meses que han gobernado. Solamente en Agricultura, el dinamismo de Giménez Fernández ha podido obtener algún fruto. Por el contrario, tres ministros socialistas impusieron su matiz a la política del bienio... Yo pregunto: ¿Se ha defendido al Estado con la colaboración de las derechas después de los sucesos de octubre? Con ellas en la oposición no hubiera podido llegar a tal grado el impunismo

La solución sería entregar el Poder a Gil Robles. Y si no consigue el Poder, «váyase al plebiscito». «Ábranse las urnas e iremos a ellas a votar por nuestros ideales: por el crucifijo y la bandera bicolor. Y si no quieren este plebiscito es que la República ya está vencida y sólo nos toca saltar por encima de sus astillas e implantar el régimen que España desea.»

Mientras derechas e izquierdas se pierden en cuestiones laberínticas de problemática salida, el Gobierno labora y se apresura a resolver algunos asuntos que el Parlamento hubiera dificultado. Levanta el estado de guerra en toda España (9 de abril). Los sumarios militares pasan a la jurisdicción ordinaria. Las izquierdas republicanas, que recobran la libertad de movimientos, y con ello audacia, consideran insuficiente la generosidad gubernamental y en escrito elevado al Gobierno (12 de abril) solicitan como satisfacciones mínimas, y «para estimular la convivencia», restablecimiento inmediato de las garantías constitucionales, libertad de los detenidos gubernativos, revisión de los expedientes de remoción o traslado de funcionarios, readmisión de obreros despedidos, restablecimiento del derecho sindical, autorización de las organizaciones obreras y reposición de las autoridades locales de elección popular. La delincuencia callejera —atracos y crímenes sociales— disminuye. Pórtela, al pose­sionarse del ministerio de la Gobernación, declara: «Las violencias no pueden ser toleradas en nombre de ninguna clase de ideas. A base de la ley podemos entendernos. No habrá atenuantes para ninguna clase de crímenes. Todos los resortes que tengo al alcance de la mano me ayudarán a imponer el orden, para que España tenga el trato de nación civilizada.» A estos resortes Pórtela sabe sumar otros no menos eficaces y persuasivos, aprendidos en sus años de gobernador de Barcelona. Un gesto para congraciarse con la revolución: se levanta la clausura de muchos centros políticos y sociales. El Gobierno, en un golpe de efecto, aprueba en Consejo (11 de abril) un proyecto de decreto que declara en suspenso las diversas disposiciones ministeriales que modifican interinamente el régimen estatutario de la región autónoma con posterioridad al 6 de octubre de 1934, sin perjuicio de lo que definitivamente haya de resolverse, conforme a las previsiones de la ley del 2 de enero último y a la revisión de servicios que en la misma se ordenan. Se exceptúa el servicio de Orden Público. «De otro modo, no resultaría completa la afirmación de que el gobernador general se halla investido, en el orden jurisdiccional, de la plenitud de facultades que la ley del 2 de enero le confirió y no podría cumplir la misión confiada por el Gobierno.» Con el decreto, según Royo Villanova, se ha cometido una triple infracción a la ley de 2 de enero: el traspaso de servicios debía hacerse gradualmente y no en bloque; una Comisión dictaminaría el orden de traspaso; los correspondientes a Orden Público, Enseñanza y Milicia, debían ser objeto de leyes especiales. Lerroux impone la Gran Cruz Laureada de San Fernando a los generales Batet y López Ochoa, olvidándose de que en la Mesa del Congreso había una proposición pidiendo al Gobierno declarase los fundamentos en que se basaba para tal concesión. Los Consejos de guerra continúan; pero las sentencias de muerte son en el acto canjeadas por indultos. En el terreno internacional, el Gobierno francés rompe las negociaciones comerciales que se seguían para una política de contingentes, lo cual le permitirá reducir a su conveniencia las importaciones.

La fiesta del Primero de Mayo transcurre sin graves incidentes. El paro no afecta a transportes públicos, cafés y espectáculos. La nota trágica la proporciona el asesinato del agente de Vigilancia José López Peregrín por un comunista, cuando intentaba cachearle.

 

CAPÍTULO 60

NUEVO GOBIERNO CON CINCO MINISTROS DE LA C. E. D. A.